Erróneamente se ha asociado a la adolescencia con el verbo adolecer, que significa dolencia o carencia de algo. Desde esta configuración semántica ha emanado un sistema de estigmas que describen a los jovenes como seres apáticos, inmaduros, pasivos y vulnerables a incurrir en la delincuencia y el consumo de drogas.
La Mtra. Claudia Alarcón Zaragoza de la Universidad Autónoma Metropolitana utiliza el concepto de “desplazamiento juvenil” para explicar cómo las juventudes son despojadas de todos aquellos espacios físicos e intangibles que son importantes para un desarrollo integral armónico.
Es así que los paradigmas estereotípicos limitan la comprensión de la adolescencia y la juventud como una expresión diversa. “Las políticas públicas tienen este imaginario de que solo hay una forma de ser joven; por eso fracasan”, expuso durante la sesión final de las jornadas universitarias #Nomás violencias ni discriminación en los entornos educativos de la IBERO Puebla.
En nuestro país se registra un promedio de 29 homicidios por cada 100,000 habitantes, de los cuales el 30% son de jóvenes (entre 14 y 28 años). En contraste, de los 6,710 suicidios reportados en 2018, el 10% fueron niñxs y adolescentes (entre 10 y 17 años), mientras que el 34% fueron jóvenes (entre 18 y 29 años).
La narrativa adultocentrista impone normativas relacionadas con lo que se espera de las personas jóvenes en un mundo que no ha sido diseñado para ellas. Mientras se les demanda productividad y éxito individual a temprana edad, se les violenta a través de la estigmatización del consumo de sustancias, la nula tolerancia a los errores y las múltiples expresiones de discriminación.
La Convención Iberoamericana de los Derechos de los Jóvenes (2005) concentra alrededor de 40 garantías para este grupo; México no la ha ratificado debido a los múltiples factores internos que imposibilitan el goce pleno de sus derechos. En su lugar, los programas sociales por transacción directa y de prevención de violencias se presentan como alivios momentáneos a problemáticas estructurales complejas.
Contrario a los prejuicios adoptados por los discursos sociales, políticos y jurídicos, la incidencia de los jóvenes en la criminalidad es producto de la falta de acceso a una vida libre de violencia. Otros factores incluyen las desigualdades de oportunidades, el menosprecio por razones de clase social, género o raza y un desinterés generalizado del Estado hacia las juventudes.
Claudia Alarcón enfatizó la urgencia de construir una narrativa que demuestre que las carencias tan señaladas en el imaginario colectivo han sido utilizadas por los jóvenes como herramientas para cambiar la realidad. “Qué bueno que sean impulsivos y no se conformen. Debemos canalizar esa impulsividad para lo que los jóvenes han sabido hacer históricamente”.
Con información.- Ibero Puebla