Imagina que estamos en un saloncito repleto de amigos, con música suave de fondo y el aroma del café recién hecho llenando el aire. De repente; de entre el grupo alguien lanza esta pregunta:
“¿Creen que una inteligencia artificial puede abrazar una visión ecocéntrica?”
La pregunta suena sacada de un debate futurista, o quizá provocada por el influjo de algo más fuerte que la cafeína, pero en realidad es más urgente de lo que parece.
Para empezar, respondería que el ecocentrismo no es solo un ideal romántico de conexión con la naturaleza. Es una llamada de atención. Nos dice que el mundo no gira alrededor de los humanos, que el planeta no es una máquina dispensadora de recursos. En lugar de eso, nos invita a mirar la vida como un todo, donde cada río, árbol, montaña y criatura tiene un valor intrínseco, más allá de su utilidad para nosotros.
Ahora, hablemos de la inteligencia artificial. Hoy en día, la IA parece estar en todas partes, desde recomendarnos películas hasta ayudarnos a encontrar medicamentos. Pero detrás de su “magia” hay un elefante en la habitación: el impacto ambiental.
Y es que aunque la IA puede parecer intangible, su huella ecológica es muy real. Los grandes modelos de lenguaje o imágenes, requieren enormes cantidades de energía para ser entrenados. Un estudio reciente reveló que entrenar un modelo avanzado puede emitir hasta 284 toneladas de dióxido de carbono, lo que equivale a la huella de carbono generada por cinco automóviles durante toda su vida útil.
¿Y por qué tanto consumo energético? La IA depende de centros de datos gigantescos que procesan, almacenan y analizan cantidades masivas de información. Estos centros no solo consumen grandes cantidades de electricidad, sino que también necesitan sistemas de enfriamiento que demandan recursos adicionales. Según un informe de la “International Energy Agency”, los centros de datos ya representan el 1% del consumo energético global, y la cifra va en aumento.
Por si fuera poco, la fabricación de los componentes necesarios para la IA, como los chips avanzados, también tiene un costo ambiental. La minería de materiales como el litio y el cobalto para estos dispositivos contribuye a la degradación ambiental, desplazamiento de comunidades y pérdida de biodiversidad.
Entonces, aunque la IA podría ser una herramienta poderosa, ahora mismo no está diseñada para ser “amiga del planeta”.
Entonces, ¿cómo cambiar eso? Aquí es donde la cosa se pone interesante. Imagina una IA que, en lugar de enfocarse en maximizar beneficios económicos o comodidad humana, priorice el bienestar del planeta. Una IA que diga: “No, este proyecto industrial no debería avanzar porque dañará un ecosistema frágil.” O que ayude a restaurar bosques, a monitorear especies en peligro, o a calcular cómo vivir dentro de los límites planetarios.
Pero para llegar ahí, necesitamos replantearnos algo básico: ¿qué papel juega la IA en nuestra vida? Porque, seamos honestos, hasta ahora la hemos tratado como una herramienta al servicio de nuestras necesidades. Si abrazamos un marco ecocéntrico, tendríamos que verla como algo más: una mediadora, una aliada que no solo entienda nuestros intereses, sino también los de la naturaleza.
Y aquí viene la parte más extraña de esta conversación. Algunos dirán:
“¿Derechos para la naturaleza? Es decir, para sujetos no tradicionales. Al rato querrán derechos para la IA. ¡Eso suena muy loco!”
Pero, si lo piensas, ya hemos dado derechos a corporaciones, e incluso en países como Ecuador o Nueva Zelanda, a ríos y montañas.Por qué no darle no sólo reconocimiento a esos derechos sino también herramientas tecnológicas para salvaguardarlos. El cambio no será fácil. Diseñar IA que no solo “calcule”, sino que también valore la vida en todas sus formas, requiere una nueva ética tecnológica. Y eso implica que nosotros, como humanos, dejemos de creer que estamos en el centro del universo.
Así que, mientras doy otro sorbo a ese café, te dejo con una idea: ¿y si en lugar de temer a la IA o usarla sin límites, la invitamos a ser parte de la solución? Quizá, solo quizá, este sea el primer paso para un futuro en el que tecnología y naturaleza no sean enemigos, sino socios.
Imagina un mundo en el que cada decisión tomada por una IA considere no solo el beneficio humano, sino también el impacto en la biodiversidad, los ecosistemas y las generaciones futuras. ¿Te imaginas ese mundo? Porque, créeme, esta conversación está lejos de terminar.
Nos leemos en la próxima