Fotografía: Facebook Eric Tamayo, Puebla Antigua

El mundial de Futbol 1986. El escenario: Puebla.

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Por Alejandro Vergara Berra.

¨Transcorria¨ el año 1986.

Corría y no ocurría, dije bien. Porque a todos los poblanos y no, nos puso a correr. Sí, ese año, en que todos, nacionales y oriundos, nos sentimos deportistas y apoyadores fervientes y hasta rabiosos de nuestra selección tricolor. Y nos pusimos a correr.

Estábamos en pleno mundial de futbol 1986, gobernados por un gran deportista, según su propio decir; Jiménez Morales, como se le conocía al Gober en la bella ciudad de los ángeles, o de Zaragoza, como se prefiera. En donde éste singular personaje afirmaba que -como manda- practicaba la natación todos los días y realizaba no menos de 2 mil 500 abdominales también diariamente. Vaya historia de cantina.

Lo que si nos mandaron fue lo que conocimos como el mundial de las estrellas: Maradona, Platini, Zico, Rumenige, Butrageño, a quien señalizaban como el buitre; no volaba, ni carroñeaba, -más que al balón-, al igual que los demás era futbolista, sin faltar claro, nuestro ídolo nacional Hugo Sánchez. Todos ellos venidos de lugares lejanos: Argentina, España, Italia, Francia, Bélgica, Uruguay y hasta los de Corea del Sur.

La efervescencia y ebullición generada por la justa mundialista se manifestaba en esa bella espina dorsal de la Puebla acomodada, de los bares, restaurantes y tiendas que solo eran para quienes pagar podían: la avenida Juárez.

Y quién no recuerda con cierto dejo de nostalgia el ambiente de la Juárez en los años 80,s. La música romántica en inglés, el fabuloso rock en español, la música disco; ellas ataviadas con grandes blusones, anchos cinturones en las finas caderas; sacos con hombreras y mallones. Las zapatillas en color neón hacían su entrada, acompañadas de enormes moños con cabelleras abundantes y leoninas. Decenas de pulseras y brazaletes alegrando la vista y el maquillaje no conocía el término discreción.

Ellos con su joven elegancia, varoniles, enfundados en coordinados con pantalones a pinzas, chalecos, sacos holgados, el clásico calzado ausente de calcetines que aún en nuestros días reaparece en Francia. Haa grandes épocas, tiempos para recordar.

Avenida Juárez nos dabas cobijo como madre admirable para el desenfreno y desate de las turbas fanáticas, que gritaban México-México-México, una y otra y otra vez, hasta que el gañote se resecara, para darle justo hidrante e hidratante.

Que en ese año, 1986, prácticamente era imposible transitar por los festejos del mundial. Que a casi diario se daban cita. Empezamos a darle a la fiesta callejera ese 3 de junio, cuando entonábamos el famoso estribillo “Bienvenidos, Bienvenidos, México recibe a sus amigos”, al mismo tiempo los nacionales le pegaron dos golazos a Bélgica y regresamos con más porras cuatro días después unos dicen para celebrar la victoria, incomprensible porque fue un empate con Paraguay, la no derrota tal. Pero el pretexto era festejar.

Y ya encarrilada la carreta y el labriego en camino, demos otro festín, tan solo 8 días después del primero. Le ganamos a Iraq, con un golecito. Pero suficiente para que abarrotáramos la Juárez una vez más.

Y vinieron más festejos, que si por que la Argentina del Maradona le ganó a Uruguay o España y Bélgica empataron en buen partido y todos los españoles organizaron el festejo, el cual ya no fue para ellos, porque sucumbieron en penales en el pletórico y vestido de rojo estadio Cuauhtémoc.

Lo triste o tal vez no, festejación. Nadie se lo explicó. Ese 21 de junio de 1986, los teutones, llamados así por cabezones, como a la Rosita Alvírez, no más cuatro tiros nos dio. Y nació la leyenda de Los Malditos Penales.

Llegamos a cuartos si, pero después de enfrentar valientemente a los descendientes del káiser, nos encerramos en nuestros aposentos, con el corazón destrozado a llorar la derrota. Y hasta ahí llegamos, pero algunos de nueva cuenta a la Juárez para celebrar, aún sigo sin saber qué.

Y ya no fuimos al Zócalo de la Angelópolis que se vio desconsolado y solo, extrañando a las clases sencillas y sensibles asentadas en el centro y nororiente de la ciudad, que también tienen su coranzocito futbolero y hacían suyo el sufrimiento.

Avenida Juárez, te quedaste esperándonos, salvo por unos cuantos ebrios a más, que celebrar la derrota quizá pretendían, ahí en la Juárez.

En esas calles de adoquín que por última vez, pero una vez más la raza de todas las clases desde arriba hasta abajo, celebraron la victoria de la Argentina campeón, que cobró venganza nacional cual marido ofendido, porque a los paisas verdes antes había descalificado.

Desde la bella dama de enormes, ejem, o enorme y contoneada figura, mejor conocida como la chiquitibum; la rechifla al Presidente De la Madrid cada ocasión que ponía un pie en el Azteca y hasta el mensaje al mundo de que México se sobreponía al dolor y a la tragedia provocada por el sismo de un año anterior, el mundial de futbol de 1986 marco mi generación para bien. Hoy al mirar esas Rememoranzas le doy valor a la frase actual: Éramos felices y no lo sabíamos o más bien, seguros estamos que a esa parte de nuestra vida se le llama Felicidad.