“La ingratitud es hija de la soberbia”.
Miguel de Cervantes Saavedra
Novelista español
En la política no hay ser humano sin ser humano.
En la política no existe la mujer o el hombre – equipo, sino el equipo de personas.
Y, sin embargo, normalmente, no sucede así.
El político pide ayuda cuando no es nadie, cuando no ocupa un cargo, cuando sólo piensa en subir, en escalar posiciones.
Y cuando las obtiene, se olvida de quienes lo ayudaron.
Así sucede normalmente.
A eso se le llama, ingratitud.
Cuando están arriba, cuando ya llegaron a un cargo importante, creen, sienten y piensan que lo consiguieron ellos solos.
Por su propio esfuerzo, por sus méritos.
Por su talento, su cultura, su superior capacidad.
Esto es falso.
El encumbramiento de un político, de cualquiera, está hecho, lleno, de pequeñas acciones de quienes le ayudaron, nunca, nunca, jamás, por sí solo, por su propio esfuerzo.
Él es, cuando ya se ha encumbrado, el resultado del trabajo de muchas otras personas, que, en muchos momentos, lo ayudaron.
Aunque él no lo reconozca.
Su ingratitud tiene como base, su inseguridad.
No alcanza a comprender que quien tiene más mérito, es quien reconoce el trabajo de los demás.
Sobre todo, de quienes le ayudaron a subir cuando él era pobre y desconocido.
Por eso los políticos obtienen solo el aplauso efímero, circunstancial, muchas veces condicionado. O comprado.
Nunca el reconocimiento pleno, total.
Les pasa, hasta a los más encumbrados.
¿Quién se acuerda de quién fue gobernador hace cincuenta años? ¿o veinte?
Casi nadie.
Y ¿qué les pasa a los políticos menores? Muchas veces, ni sus familiares los recuerdan.
¿Qué fueron? ¿Qué dijeron? ¿Qué hicieron?
Al paso del tiempo, casi siempre, de muy poco tiempo, nadie se acuerda de ellos.
He visto y oído, muchas veces, a niños o jóvenes, preguntar a sus papás o sus profesores, cuando pasan por una calle que lleva el nombre de un político, “Y este, ¿quién fue? ¿qué hizo?”.
No hay respuesta. Nadie lo conoce.
El olvido del pueblo es el pago eterno a su ingratitud personal.
En cambio, en todas las escuelas del mundo, un niño o un joven siempre escuchará o sabrá el nombre de Sócrates, de Aristóteles, de Platón, de Rousseau, de Marx.
La lista es interminable.
La ingratitud es un vicio del espíritu. Demuestra pequeñez.
Desde luego, a los políticos no les importa.
Ellos viven sólo su momento de gloria.
Son pequeños.
Cuando deberían ser grandes.
¿Qué pasa en nuestro país?
Un país grande no se construye con ingratitud, sino al contrario.
¿Por qué los políticos han llegado a ser así, cuando hemos tenido en nuestra historia, grandes personajes?
¿Qué nos pasó?, ¿Qué nos falló?
Egresado de la U.A.P. Titulación con Mención Honorifica. Dos veces Diputado Local. Dos veces Diputado Federal. Sub-secretario de Gobernación. Sub-secretario de Educación Pública, Delegado Federal de la S.E.P. en Puebla, catedrático en diversas Instituciones Educativas de Educación Superior. Autor de 11 libros. Colaborador en diversos medios impresos